lunes, 28 de junio de 2010

"Confundido con un extranjero"

Le he pedido a mi amigo Sergio R. Vidal que me deje colgar aquí un texto que ha escrito la madrugada de ayer, en el que relata la tarde de anteayer. Admiro mucho su visión, porque probablmente yo no la hubiera percibido así. Porque, a pesar de tener mi misma edad, él aún siente como hiriente lo que tantos de nosotros ya damos por sentado.


De Sergio:

Mi paciencia ya estaba transitando de la desesperación al encabronamiento. Entonces, él, pequeño, sucio, con shorts raídos, tostado por el Sol, me tocó con ese índice que otros usaron para señalarme, y me pidió un peso. Respondí que no. Ese chiquillo jodiendo a esa hora con el calor que hacía, cojones. ¿Donde estaba metida la madre para que se lo llevara y no molestara más? Resignado, él solo se fue. Entonces me concentré de nuevo en mi desesperación, que es el precio de la espera.

Los otros chiquillos en la calle, a plena una de la tarde, con diez, once o doce años. ¿Qué hacen esos niños, en el Vedado sin sus padres? Hijo mío, así, con tanto enfermo que hay por ahí, no sale solo. Ropa bonita, tenis limpios, protestando porque solo tiene un peso para tomar café y tratando de quitarle otro al que le dice que el si tiene pero que en esa mierda el no gasta dinero. ¿Qué coño hace un niño tomando café? Cuanta basura te pasa por la cabeza cuando no tienes más nada que hacer que esperar.

Para allá y para acá los muy insoportables. No hay nada que me moleste más que un niño maleducado e inconciente, que ande por ahí bandoleriando. Que clase mierdas me pongo a pensar. Si señor, voy a tomar café pero estoy esperando a una persona, si quiere mire dentro a ver si hay sillas. Me estoy enpingando. ¿Quién me manda a pararme delante de la puerta? Ya he repetido esto más de veinte veces. Estoy al entrar y sentarme. Y estos hijoeputas me van a pisar si siguen en el pasa para allá y para acá. La dependienta esta al botarlos a todos. Suspiro fuerte y me volteo para no calentarme. ¿Compañera donde venden eso? Ahí en la pizzería. ¿Cuánto vale? Cinco pesos. Mira desconcertado hacia el poste donde esta su amiguito negrito, con su mismo aspecto, pero con un año de menos quizás y con carita de hambre. El blanquito tenía aguantado en la mano un billete de cinco pesos. Niega, mostrándomelo como el único trofeo que poseen. No alcanza para los dos.

Miré al otro. Entendí cuando me miró que realmente le hacían falta los pesos. Se me ha acercado mucha gente a pedirme dinero y no siempre les hago caso. He visto chamas mandados por los padres a pedir, divertidos como si estuvieran jugando. Este chama decía otra cosa con la vista: “necesito diez pesos para comer ahora”. No me podía quedar con el cargo de conciencia.

Me cae una tremenda depresión, de las más rápidas que he tenido. Caigo en la cuenta de que no recuerdo haber tenido ninguna antes, o no por lo menos que tuviese que ver con esto. Miedo, decepción, hasta ira quizás, pero depresión no. Con tremendas ganas de llorar saco rápido un billete de a diez. Gómez me escruta, no me juzga. Psssss, ven acá coge. Ve ahí y compra una para para cada uno. Brincando le ganaba al cachorro más feliz. Yo me deprimí más. El llamó a su amiguito. Dame, le dijo. Riña por oro. Oye, es para los dos. Vayan ahora mismo a comprar una pizza para cada uno. Dame mijo, dame. Oye, les dije que vayan ahora, es para los dos. ¿Si pero quien lo lleva? Los dos. Vayan ya. Saltan, forcejean. Uno de los dos lo suelta.

Viene una guagua, y corren hacia ella y me tiran a mierda. El jubilo me imagino que es así. Saltan a la acera intentando que les abran. Ladean la guagua pero no les abren. Me pasa por la mente que en vez de comer pizza comer helado en Coppelia será más rico. En fin, no les abren. Salen corriendo.

Regresan mordiendo la italianada made in Cuba, cada vez mas desesperados. Doy una bocana de aire lo más profunda posible. Me tranquilizo. Parcialmente me tranquilizo. Se sientan y en lo que comen miran a esas niñas que están cantando y saltan de la mano de la madre. Me pregunto, esta vez dolido, dónde coño estará esa madre, esas madres. Me viro y vuelvo a contestar que si, pero que estoy rotando, que espero a una persona y que no voy a entrar todavía. No sé que pensé durante los siguientes minutos.

Vienen caminando, pizza en mano, casi completas, diría yo. Será que los bendijeron, temporalmente, de nuevo. Yo lo único que quería es que me miraran y decirles que estudiaran al menos. Maldita esa noción de asociar lo bueno a lo ilustrado. La realidad tiene otra opinión de eso. No ahora, ahora a ellos no les sirve. Regresaron a la faena.

Junto a la mesa con flores, ya está en la misma gestión. Intuyo de nuevo que es el mayor, esta solo. Regresa saltando, esa es la señal de la victoria. Esos otros los miran con asombro y burla entre los ojos y los labios. No los culpo. No les pido más, tienen su edad más o menos. ¿Dónde están esas madres de pinga?

Pssst, mijo, oye coge. Sigo pensando que no sabe como se llama. Le da uno de los frozzens que compró con lo que le dio el de la mesa de las rosas rojas de Tropiflora. Me conmueve esa decepcionante camaradería. Los hombres que venden pan con lechón y, el del frozzen también, los miran entre acostumbrados a la situación y sin nada que decir o hacer. Los ojos negros en esa cara negra brillaron con mucha luz. Sonrisa de por medio, empuñó su frío postre. Me estremecí. No me place tener que haber visto todo eso.
Corrieron en dirección a Colón, la última morada de todos los vivos. Escuche el mismo pssss de antes. Sonrisa, pulgar y gracias fueron el pago que el negrito me ofreció. Pssss, oye, gracias, y el otro, con cara noble, se despidió con el mismo pulgar enhiesto, anuencia de la vida romana antigua. Paradoja nada agradable. Sin embargo no recordaba unas gracias tan sinceras en muchísimo tiempo. Me habían agradecido muchas veces ya. Di la pesadilla por terminada.

Ni dos minutos pasaron y ya iba por el mismo camino. Amigo, que alto tu eres, muy alto. Me saque la lotería pensé. Viejo, con joroba, sucio, gorra con el Ché y una estrella roja que presidían su cabeza, me dijo que le diera una monedita. De pinga. ¿Cómo digo que no? Pal carajo. De juri stare, pensé. Bonita concepción. Romanos de mierda. Dar a cada uno lo suyo, ser justo. Yo les voy a dar justicia a ellos. Saque un peso. No sé si Martí me sonrió pero se lo di. Con los pobres de la tierra quiso él su suerte echar. Confío en que así sea. En milésimas pensé en que no se pusiese bravo porque no era CUC. Ya eso me ha pasado. ¿Quién me manda a parecer extranjero sin tener con qué? Gracias me dijo. Oye pero que alto tú eres, ja, más alto que Fidel yo creo. Ahora si me la saqué. Se alejó con un pomo en el bolsillo trasero, supongo que ron o algo por el estilo. Me daba igual ya paro lo que iba a coger el peso. Que fuera feliz, si podía.

Me encontré con ellos, unos amigos, y me dijeron que no le hiciera cráneo que no iba a resolver nada poniéndome de esa forma, apagado. Yo sé que se conmovieron también. Ella llegó. Se me fue el desespero. La besé. Dos veces más me deprimí, cuando le dije lo que pasó, y luego, cuando la música en vivo me relajaba y le decía que me sonrieron e hicieron con los pulgares así. Tres, no dos. Ahora también me deprimí.

(Café Literario de 23 y 12)
(Sábado entre las 12:45 y la 1:30 p.m.)

5 comentarios:

  1. Realmente es increíble como nos vamos acostumbrando a mirar para otro lado...que bien que algunos aún "ven". Una vez comentaba con una amiga sobre como es que llegamos al punto en que "Los zapaticos de rosa" y "Los dos príncipes" eran textos que todos sabían y tal vez nadie leía de verdad, aunque claro que ahí se mezclan otras cosas...

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  2. que bueno que al menos alguien leyo estas ideas de el mas humilde dolor. Gracias Melkay

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  3. El dolor del ser inconforme. Muy buen texto. Gracias Sergio. No esperaba menos de ti.

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  4. hacer bien sin mirar a quien... al menos tenías los 11 pesos para darles... hay gente en Cuba que tienen que pasar un mes con 11 pesos, incluso con menos... incluso con nada...

    es doloroso, si...

    y se me acaban las palabras, porque tengo hambre y me siento hipócrita al sentirme débil por llevar 6 horas sin comer... cuando tanta gente muere de hambre en el mundo y no hay nada que yo pueda hacer...

    es doloroso... si... pero lo más doloroso es que nosotros, nada podemos hacer.

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